Por Noé Coatl
Con San Pablo os digo: Corred así para ganar (1 Cor. 9, 24); pero también con el Apóstol; os recuerdo que como creyentes habéis de ser deportistas que corren para ganar la corona que no se marchita (Cfr. ibid. 9, 25) (2).
San Juan Pablo II
San Juan Pablo II, compartía esta cita durante los juegos olímpicos de Sydney, Australia en el año 2000, mismo en el cual se celebró con beneplácito el gran jubileo y donde el deporte se manifestó de manera sustancial como motivo de agradecimiento a Dios por su existencia, pues con el deporte el hombre ejercita su cuerpo, su inteligencia y su voluntad, dones propios de nuestro creador.
Este valor real del deporte, evoca a todos los involucrados en el desarrollo formativo de niños y jóvenes, cual es el propósito de fomentar actividades deportivas dentro de las instituciones educativas. Actualmente; el deporte escolar es contemplado por dos perfiles que si bien deberían ser una unidad, en muchos casos operan de manera independiente. Unos consideran al deporte solo como un medio de formación, donde los resultados no son relevantes en tanto se esté haciendo actividad física, mientras que otros lo adjudican solo a la competencia, donde se busca ganar siempre sin importar los medios para lograr los números. No debe olvidarse nunca que ambas vertientes en su correcta dosificación, son inherentes para lograr en los alumnos un enfoque óptimo del deporte, logrando un equilibrio entre sus aspiraciones y su desempeño para alcanzar las mismas, siempre con base en la edad deportiva en la que se encuentren.
Es importante preguntarse: ¿Por qué el deporte es necesario incluirse en los programas de instituciones de nivel básico? ¿Cómo influye en la vida de los alumnos que lo practican? ¿Para qué debe fomentarse como una disciplina?
Los humanistas del renacimiento y primeros jesuitas pusieron en práctica el concepto de virtud de Santo Tomas de Aquino al decidir que los alumnos necesitaban tiempo para recrearse en el transcurso de su etapa escolar. Hoy en día se habla de competencias genéricas (saber, saber hacer y saber ser), este conjunto de aptitudes no se logra sólo en el aula o en casa por un periodo de tiempo, sino que se van desarrollando a lo largo de la vida de la persona. El deporte en su esencia más pura provee herramientas que permiten a los niños y jóvenes estimular su inteligencia interpersonal e intrapersonal, el cómo se reconoce el alumno y como interactúa con su entorno para desarrollar esas competencias, es en esta etapa donde las bases dan paso a la coyuntura del desarrollo del mismo, la cual será el soporte principal de sus principios y actuar en su proceso formativo.
San Juan Pablo II su frase “Ganar la corona que no se marchita”, alude a la egrateia, es decir la templanza, que es el dominio sobre sí mismo, para esforzarse y alcanzar el premio. Esta es la razón original de incluir el deporte en las instituciones educativas de occidente, donde el acompañamiento por parte de padres de familia y profesores debe ser orientado al desarrollo de alumnos capaces de ejercer un doble esfuerzo, aquellos que pueden ser buenos deportistas, pero también excelentes estudiantes, y que, a través de su talento, desempeño y esfuerzo, alcancen la trascendencia como personas.
